Huele a mar entre los dedos y a sal enredada en el pelo. Una leve brisa acuna una cortina blanca y espesa, inundada de lenguas que hablan del Mediterráneo y de las raíces, que trae consigo un hilo de aire húmedo que nos abre los pulmones y el corazón.

Las sillas trenzadas, bajas y robustas, simbolizan los veranos eternos, largos y salados. Precisamente esas sillas sirven como testigo e inspiración para aquellas artesanas de antaño que trenzaban la piel y conseguían que la magia brotara entre sus dedos, fuertes y ajados.

Las trenzas, además de un modo de trabajar la piel y una técnica artesana y precisa, encarnan un sentimiento de pertenencia. Pertenencia a una tierra, a una cultura, a una tradición y a una estación, el verano.

Los colores, con su frescura, su flexibilidad y sus tonalidades fundiéndose en cada pasada, siempre serán el ancla que nos recuerde, vivamos donde vivamos, que estamos hechos de agua salada.

Nos traerán a la memoria aquellas tardes eternas de cestas de mimbre y sillas cordadas de pantorrilla tatuada. Nos recordarán los veranos que parecían eternos y las manos rugosas, imperfectas pero amables, de las mujeres que consiguieron trenzar un sentimiento.

Ese mar que nos acoge e inspira, el Mediterráneo, nada y bebe de historias y batallas con diferentes acentos e influencias: las cruzadas, los griegos, el Peloponeso, los corsarios, los berberiscos y los árabes, tan prolíficos y exquisitos. De ellos heredamos la técnica del trenzado que, años después, nuestras mujeres practicarían sin descanso al amparo de esos atardeceres rojos, tan nuestros, tan suyos.

Fue durante la posguerra, época de ayes, pena y distancia pero también de ingenio, oficio y tradición, cuando las madres de familia que trabajaban desde sus casas hicieron de sus manos la mejor herramienta. Trenzaban la piel, tan fina y resistente a la vez, convirtiendo sus tiras en auténticas virguerías capaces de elaborar zapatos y bolsos.

Gracias al dominio del trenzado de nuestras mujeres y a sus manos expertas y avezadas, las islas mayores – Mallorca y Menorca – convirtieron esta técnica tan Mediterránea en un referente para Lottusse. La convirtieron en una de sus señas de identidad.

El tiempo pasó y la industria cambió pero la técnica del trenzado pervive y perdura. La artesanía y el artesano sobreviven como dueños y señores de la creación, el eje que consigue que la calidad nunca pase de moda.

Al empezar el proceso, un olor característico invade nuestros sentidos. Una mezcla pajiza y densa de almizcle curtido que se instala en el cielo de la boca. Un olor entre la resistencia de la piel de cabra y la flexibilidad de la del vacuno brota desde las tiras de piel de unos milímetros de grosor que se entrelazarán para conformar arte. Pieles amables que, al unirse, crearán una alianza prácticamente inquebrantable que conseguirá cubrir hormas y hacer pasadas imposibles. Una técnica que, a través de la tira, la paciencia y el tesón, ha llegado a formar parte del ADN de Lottusse.

El trenzado es una técnica que disfrutamos exclusivamente durante los meses de estío. De su tacto, su composición y su carisma destacan la frescura, la ligereza y la flexibilidad que, gracias a las pieles versátiles y agradecidas que lo componen, permiten que nuestros pies desnudos puedan disfrutar de un piel a piel íntimo y directo, sin forros ni telas que nos priven del placer de andar sobre el Mediterráneo. Tan deseado cuando está cerca, tan añorado cuando está lejos.

En Lottusse trabajamos diferentes tipos de trenzado para crear diferentes y exquisitos tipos de calzado o bolsos: trenzado directamente sobre la horma o sobre mantos a los que después dar forma y vida, trenzados a partir de tiras de piel o trenzados que hacen bailar las tiras a través de la piel perforada. Algunos simples y otros mucho más complejos que, al combinar colores en las pieles, hacen que el encanto brote en cada una de sus pasadas.

Se dice que los colores hablan de uno mismo. Y, en Lottusse, el trenzado touche, ése que trabaja la trenza en color natural y la tinta a mano, habla de artesanía, mimo y cuidado, paciencia y exclusividad.

Un claro ejemplo de la influencia de esta técnica en Lottusse, además de los zapatos de hombres y mujeres fabricados con las distintas técnicas que dominan los artesanos, es el nacimiento del bolso Noodbag durante el año 2008. Una de las obras de arte más especiales y peculiares de la casa. Una obra que no entiende de estaciones y temporadas. Una obra camaleónica y versátil que defiende a la mujer mediterránea en invierno y en verano.

Concebido como herencia de los orígenes de la marca, encarna la esencia Mediterránea que tanto nos recuerda a aquellas tardes de verano. El nudo tratado con exquisitez y pericia que crea, como por obra de birlibirloque, una pequeña flor de seis cabos.

Escribir sobre el Noodbag es como bailar de arquitectura. No es suficiente. Para entenderlo y vivirlo es necesario tocarlo, sentirlo y admirarlo. Sus nudos, resultado de un trabajo minucioso y detallista, permiten que los colores cobren vida y se conviertan en pequeños tapices repletos de racimos de flores.

Seis tiras de piel acompañadas de seis gestos para cada uno de los nudos, más seis días de trabajo para conseguir 3.400 nudos de fantasía. Una especie de baile entre pasadas y lazos que crean un entramado de flores siempre distinto, siempre especial.

Las manos de cuatro artesanos en sintonía con un fin común: la memoria.

Manuel Vicent dijo que siempre había soñado que una manera elegante de acabar con el baile sería sentarse en una mecedora blanca junto al Mediterráneo. Guardar silencio y mirar al horizonte.

Nosotros preferimos sentarnos sobre las trenzas que nos recuerdan quiénes fuimos pero, sobre todo, quiénes somos.

Texto: Marta Pérez

Fuente: Lottusse

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